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24 horas en un centro de aislamiento de Sancti Spíritus: el día de una doctora (+fotos)

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Nara (a la izquierda) junto a una de las enfermeras. (Foto: Cortesía de la entrevistada)

Por: Dayamis Sotolongo

No lo dudó siquiera. Cuando se terminó aquella capacitación donde se había hablado de los peligros de la COVID-19, la situación actual en el mundo y en Cuba y los protocolos de tratamiento a seguir, levantó la mano como un resorte sin pensar en ella ni en los riesgos. Solo escuchó la pregunta: “¿Quiénes están dispuestos a atender a los pacientes que pudiesen ser sospechosos de padecer la enfermedad?”.

Entonces junto a la de ella —recuerda hoy vía WhatsApp— se izaron muchas de las manos que llenaban el teatro. Ahora que han pasado varios días de tal decisión confiesa que al principio tuvo temores:

“¡Uf!, un poco —escribe—. Pero desde que decidimos ser médicos elegimos, más que una profesión, un estilo de vida”.

Nara Ailec Ruiz Merino, la joven doctora espirituana de 27 años de edad y especialista en Medicina General Integral, llegaba al Hospital Provincial de Rehabilitación —como parte de uno de los equipos médicos de atención a los pacientes— el viernes 13 de marzo, 48 horas después de haberse detectado en Cuba los primeros casos de la COVID-19 y de haber ingresado en la institución de la provincia los contactos directos de los cuatro italianos positivos a la enfermedad.

En teoría sabía todo: de las medidas de seguridad que no podían violarse, del sigilo con los signos vitales de los pacientes, de los exudados nasofaríngeos, de la rigurosidad del aislamiento, incluso, para ella y los demás profesionales de la Salud. En la práctica iría aprendiendo de esa especie de disfraz rigurosísimo cada día: nasobuco, bata, sobrebata, guantes, gorro, botas; de no entrar nada a la sala —ni el móvil— y no sacar nada, ni el lapicero con que llena las Historias Clínicas; de las guardias un día sí y dos no.

Y nada se le compara a esta labor. Ni tan siquiera el tiempo que pasó en El Pinto —cuando se graduara en el 2017—, ni en El Cacahual, ni los casos que tuvo que atender en el policlínico de Banao donde hacía guardia, ni los pacientes que había ido conociendo ahora en Las Minas, ese caserío un tanto distante de la cabecera municipal de Sancti Spíritus. Aquí sobran los desvelos y también los riesgos; mas, no se arrepiente.

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Nara Ailec Ruiz Merino es especialista de Medicina General Integral. (Foto: Cortesía de la entrevistada)

“Cuando elegí esta profesión sabía que iban a llegar momentos como este, cuando debería dar el paso hacia adelante sin importar los riesgos; lo importante es protegernos entre nosotros y pensar en la salud de nuestras familias, amigos y de todo el pueblo”.

Lo verdaderamente complejo no ha sido enfrentarse a la incertidumbre que pesa entre los que están hospitalizados como sospechosos, tampoco el permanecer en vela las 24 horas amoldada a aquella silla cuando puede porque no está de pie al lado de alguien. Para Nara la mayor prueba hasta hoy ha sido tomarle la muestra a uno de los enfermos.

“Lo más difícil fue hacerle el hisopado nasofaríngeo a un paciente, porque es un proceder que no estamos acostumbrados a realizar en los consultorios médicos de la familia. Fue la primera vez que lo realicé, pero todo salió como esperaba.

“En ese momento tienes que estar firme, cero nervios porque de la muestra tomada depende el diagnóstico”.

Y la imagino parada frente al paciente sin titubear un segundo con la misma seguridad que valora a todos los que trabajan por ganarle la batalla a la COVID-19.

“En estos momentos todos somos iguales, desde el encargado de limpieza hasta el director del hospital. Ese es el objetivo: prevenir la trasmisión en nuestras comunidades”.

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Todos cumplen las medidas de seguridad exigidas para atender estos casos. (Foto: Cortesía de la entrevistada)

Desde hace poco menos de un mes Nara ha cambiado su rutina: cuando entra al hospital lo deja todo fuera, desde la ropa hasta el móvil, menos las preocupaciones por quienes cada día están en sus manos. Dentro de aquellas salas asépticas donde solo permanecen ella y la enfermera de turno, solo hay tiempo para auscultar a uno y a otro, para darle el medicamento a este y luego a aquel, para ponerle el termómetro al de la cama X y al de la Z también.

Y nunca está fuera completamente. Luego de la ducha que toma para poder poner un pie del otro lado de aquellas salas, dentro quedan desvelos: los pacientes.

A Nara la imagino siquiera; la he conocido a causa de la COVID-19 solo por unas líneas que la retratan y nos acercan en medio de tanto aislamiento. Pero no tengo que haberla visto antes para saberla así ahora mismo: con la esbeltez de los veintitantos años, las gafas que solo le dejan descubrir los ojos y el más cerrado de los verdes como atuendo. A lo mejor está allí dentro, en vela, sin reparar siquiera que estos aplausos, los de cada noche, también resuenan por ella.

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