Es la primera comunidad en ese mapa rural que enlaza a Jatibonico con los asentamientos del sur. Una zona limpia y organizada, de gente laboriosa

Plantada a orilla del camino polvoriento, tatuado por el tránsito de carretones, carretas y motonetas, a unos ocho kilómetros de la cabecera municipal de Jatibonico, se erige La Yaya, comunidad que nació sobre tierras cubiertas de monte, derribado a golpe de hacha por hombres como los hermanos Curbelo, a inicios del siglo pasado.
El calificativo le viene desde esos días en que, debajo de un árbol de yaya enorme, se vendía la leche traída desde el asentamiento de La Angelina.
Con el triunfo la Revolución, la otrora finca rústica de tres caballerías comenzó a empinarse. Hacia 1967, el Gobierno entregó unas 40 viviendas de mampostería y fibrocemento para contribuir a mejorar la vida de los pobladores. Luego, con el boom azucarero en la década del 80, debido al crecimiento programado para el entonces Complejo Agroindustrial Uruguay, se desarrolló más el caserío y se construyeron los edificios con los que cuenta actualmente.
Es la Yaya la primera comunidad en ese mapa rural que enlaza a Jatibonico con los asentamientos del sur; una zona de tierras negras y fértiles, limpia y organizada, de gente laboriosa, en su mayoría emigrados del oriente del país, con la piel curtida por el sol y los trabajos del campo, principalmente en la caña; movidos entre desafíos cotidianos y el anhelo renovador.
Un lugar que ha perdido el esplendor de antaño, debido, entre otras razones, a la depresión productiva del sector cañero. El asentamiento sufre el peso de la ruralidad espirituana y de buena parte de los campos de Cuba; lo saben Aristalia Román Jiménez y Juana Capote Cabrera, dos de sus fundadoras que desempolvan con vehemencia sus recuerdos; lo sabe, también, Marisleydis Espinosa Sánchez, joven que encontró en el oficio de hacer carbón el sustento para mantener a sus cinco hijos.
Por más de una década, La Yaya padeció cortes periódicos de agua. La cisterna principal dejó de recibir el líquido desde la estación de bombeo El Patio; se abastecían con carros cisternas, insuficientes para sus más de 2 000 habitantes. Afortunadamente, con la construcción de la Planta Potabilizadora de Jatibonico, la problemática se solucionó.
Sin embargo, la comunidad carga con otros pesados fardos: el deterioro de algunas de sus principales instituciones prestadoras de servicios y la inestabilidad con las comunicaciones y el transporte estatal; este último una vez por semana.
Pero ahora los moradores enfrentan una problemática más compleja que los deja sin sueño: el vertimiento de aguas albañales a las fosas. Tupiciones en tuberías de inodoros y desagües a la calle es común a simple vista. La voz colectiva pide más acercamiento de las instituciones a su gente, reclama una solución.
Cerca de medio siglo ha transcurrido desde que el grupo Los Cartuchos, encima de una tarima improvisada de tanques, rompía la quietud nocturna del campo con temas como La Fosforera y ponían a bailar a medio barrio. Atemperado a las nuevas circunstancias y retos, el espíritu alegre y renovador continúa ahí, en esas personas humildes que viven hoy entre la añoranza y el polvo, pese a algún que otro aguacero de septiembre.