domingo, mayo 12El Sonido de la Comunidad
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Casuco vivía para los demás

Imposible atrapar en pocas líneas la huella laboral y humana de Oliver Lorenzo Mirabales; su fallecimiento, el pasado 17 de febrero, deparó a Sancti Spíritus la pérdida de un combatiente, avezado cuadro, trabajador incansable y sensible

Casuco

Tomado de Escambray

Oliver Lorenzo Mirabales, más conocido por Casuco, como lo bautizaron desde niño en el seno familiar, supo ganar la partida a cada encomienda que tuvo delante. Bien joven desafió el peligro y venció el miedo a las balas, luego dibujó con trabajo el trazo de su vida, arropado siempre de la vocación de servir y de un rasgo humano que sembró gratitud en mucha gente: ayudar a todo el mundo, en particular, al más humilde.

Imposible atrapar en pocas líneas la huella laboral y humana de Casuco; su fallecimiento el pasado 17 de febrero, cuando se acercaba a los 84 años, deparó a Sancti Spíritus la pérdida de un combatiente, trabajador incansable, dirigente avezado, exigente y sensible; hombre valiente, capaz de defender su criterio hasta en la más encumbrada de las reuniones, de cantarle las cuarenta a un subordinado y, después, salir abrazados; gente defensora de la verdad, de la palabra sin medias tintas; padre, abuelo, esposo y amigo.

Escambray le abrió las páginas más de una vez, porque su legado laboral marcó un ejemplo, trazó una ruta, empujó a Sancti Spíritus; el colectivo del medio hasta tuvo el privilegio de compartir la sencillez de su vecindad. Hoy el periódico vuelve a este líder que se recordará por siempre.

“Empecé a trabajar sin haber cumplido los 15 años”, así iniciaba siempre el recuento de su vida; apenas había superado esa edad cuando, desde finales de 1955, en su natal Guayos, entrelazó su juventud con la lucha clandestina. En esos menesteres andaba aquella noche, de paso por un bar, cuando un capitán del Ejército de Batista fue a su encuentro, le agarró la oreja: “¿Qué tú haces a las ocho de la noche en Cabaiguán?; ¿quién te dio esta camisita roja y por qué vienes con un pantalón negro?”. Como nunca, conoció esa noche el peligro. “Yo traía bonos del 26 de julio en ambos bolsillos”, narraba Casuco cada vez que contaba el episodio que le daría un vuelco a su vida.

A sus oídos llegó el aviso de que lo iban a coger preso; no lo pensó dos veces, hizo los contactos pertinentes y se alzó a la montaña. En 1958 se incorporó a las filas del Ejército Rebelde, bajo el mando del Che. Vestido de verde olivo intervino en los combates de Trinidad, Topes de Collantes, Manicaragua, Cumanayagua, Placetas y Santa Clara.

Marchó a La Habana y entró en La Cabaña. A partir de ahí, en su expediente de combatiente, se inscriben numerosas misiones: custodio del presidio de Isla de Pinos, de cuatro embajadas en la capital e intervino en operaciones contra bandidos en la Sierra Maestra. Adelantó estudios militares en Minas de Frío y en la Ciudad Escolar. Por sus resultados fue seleccionado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias para un curso de Administración de Empresa en la antigua URSS.

De regreso a Cuba, pasa a la vida civil y labora en la organización de las normas de trabajo en la Agricultura. En 1967 ingresa a las filas del Partido, por delante se abría el camino más fecundo de su vida. Dirigió la organización política en los municipios de Jíquima de Peláez, Cabaiguán y Sancti Spíritus, miembro del Buró del Partido del Comité Provincial de Las Villas y segundo secretario en la Región Sancti Spíritus. Al surgir la provincia en 1976, fue integrante del Buró Ejecutivo, al frente de las esferas de Transporte, Comunicaciones y Construcción. Al concluir el trabajo en el Partido, en 1987 es designado director de la Industria de Materiales de la Construcción, responsabilidad que desempeñó por más de 20 años, tal vez el mejor aporte que legó al territorio en su recorrido laboral.

Escambray lo reverencia; aun cuando se sabía del deterioro de su salud, la noticia del último sábado conmueve, porque se trata de la huella de un espirituano que hizo del trabajo un culto y en la dirección trazó un magisterio.

 “Fue un maestro, además de un político —acota Orlando Fariñas González, con quien compartió faenas en la Industria de Materiales de la Construcción—. Era un director que atendía a todo el que se acercara, pero daba preferencia al trabajador humilde; si llegaba un obrero necesitado de un turno médico fuera de la provincia y no tenía en qué ir, Casuco ponía su carro; el problema del trabajador era también su problema, por eso se convirtió en un líder”.

En la memoria de ese colectivo están grabados otros rasgos de Casuco, como el interés por desarrollar Sancti Spíritus, por adelantar la empresa en el plano de la Informática, la formación universitaria y la producción de alimentos para los comedores; allí lo identifican como un soñador enfocado en ayudar al país.

“Cuando iniciamos la exportación de áridos por Casilda, él dio una orientación que a muchos nos parecía algo loco, pero había que cumplirla: todo carro de la empresa que hiciera viaje a Trinidad tenía que llevar piedra para el puerto, hasta en el Lada había que montar un saco en el maletero, y pobre del que violara aquello; para él un detalle era importante, por ejemplo, podía andar en botas, que si por al lado pasaba un obrero con el zapato roto, se quitaba las botas y se las daba; así era Casuco”, rememora Fariñas González.

“Vivía pendiente de los problemas de los demás”, afirma Magalis Valdivia García, la esposa, a la hora de identificar una de sus grandes virtudes. Y es que, más allá de las responsabilidades que desempeñó, la sensibilidad fue su punto de conexión principal con los trabajadores y con la sociedad.

“Nunca olvido —añade su esposa — el agradecimiento de aquel trabajador que mandó en su carro a resolver una situación personal en La Habana, y al que le dio hasta dinero de su salario; Casuco vivió para trabajar, para ocuparse de las personas que lo rodeaban, una persona muy atenta con la familia, con los obreros, con todo el mundo”.

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