Los arqueros Abrham Pérez y Elaimis García conquistaron una impensada medalla de bronce en los II Juegos Panamericanos Junior, con lo cual Sancti Spíritus registra su primera presea en estos eventos

En el campo de arquería del Parque Olímpico de Asunción se podía escuchar el silbido de las flechas. También de los nervios; no los de Abrham Pérez y Elaimis García, que parecían dos niños jugando a hacer historia.
Los titulares aguardaban. Los corazones latían de más. En Sancti Spíritus, desde WhatsApp, Yoan Pérez, insistente, tiraba dardos: “No voy a estar buscando datos, tú me das la noticia y ya, estoy que tiemblo, sudando como nunca. Tengo un nudo en la garganta”, me escribió sin saber que yo tenía dos, por ese niño que vi nacer y ahora estaba frente a mí vestido de noticia. “Hasta velas le pusimos a la virgen”, me dijo y la foto corroboraba su desespero y su fe.
Ajenos a todo, menos mal, Abrham y Elaimis fueron a la línea de disparos. Se chocaron las manos con la sonrisa en el rostro; Aliesky Reyes, el entrenador espirituano, chocó también las suyas y los dejó solos y juntos.
Empezó la guerra de disparos y de puntos entre Cuba y Bermudas. Cada flechazo daba en la diana de los corazones cubanos que tiraban con los niños, entre ellos el del presidente del Inder Osvaldo Vento. El primer set favoreció a los nuestros; el segundo, a los rivales… Un tirazo de diez de Elaimis primero y Abrham, después, sellaba el 6-2 de la pizarra y confirmaba la proeza: por primera vez la arquería cubana ganaba un título en Juegos Panamericanos Junior. También el deporte espirituano. Y mucho más: desde el 2011 en Guadalajara no se ganaba una medalla en eventos continentales, contados grandes y bisoños.
Y el grito contenido por minutos se desató, entre aplausos, a lo cubano. Tamara, la comisionada, arqueros y entrenador se fundieron en un abrazo hondo bañado por las lágrimas. La bandera cubana ondeó en sus pechos y en el de todos.
Cuando pude, me acerqué hasta fundirme en un abrazo profundo: Este es el de tu papá y el de Sancti Spíritus, alcancé a balbucear. Abrham me rodeó el cuello por instantes que parecieron siglos, como dos días atrás cuando caían en un partidazo ante Colombia por flecha de desempate, tras ganarle a México, con lo cual dejaban atrás a dos potencias mundiales. Quizás advirtió en la reportera el calor espirituano en una tierra tan fría y lejana y desde ahí tal vez supo que una medalla iría a sus pechos.
Un audio intentó calmar al padre despedazado: “Oye, cogimos bronce, tu niño es bronce”, logré decirle, ya sin voz. Una videollamada desde Sancti Spíritus atacó mi celular. Del lado de allá, un padre eufórico saltaba sin control con un llanto incontenible. Del lado de acá, un niño repetía la escena. “Papi, cumplí”, solo pudo decir, pero no hacía falta más. “Mi familia lo es todo para mí —explicaría luego la razón de sus lágrimas—, desde pequeño me ha dado un apoyo inmenso, siempre ha estado conmigo en las buenas y las malas”.
“La emoción es demasiada —comenta Elaimis—, nos preparamos para esto, pero la verdad estamos un poco impresionados y muy felices”.
“La alegría que se siente es inexplicable, solo lo vamos a saber nosotros que fuimos los que dejamos cada minuto y cada flecha en el terreno”, complementa el espirituano.
Se ha repetido hasta el cansancio que Abrham fue llamado a última hora por enfermedad del atleta que debía asistir. Interrumpió sus vacaciones en casa y se preparó en días, se olvidó de las lesiones, desoyó pronósticos y salió al campo de batalla junto a Elaimis, quien entró hace poco a la selección nacional y no estuvo ni en el clasificatorio para los Juegos.
Por eso la medalla sabe a gloria. “La clave fue mantener la concentración, más que técnicamente, este es un deporte mental, nos apoyarnos entre los dos y disfrutamos el evento como ninguno”.
Y hablamos del 10 que los afincó en el bronce: “Simplemente salió el trabajo —simplifica Elaimis—, hice mi trabajo técnico, me concentré bien, ha sido muy fácil lograr la concentración, hay nervios malos y buenos, pero los míos aquí fueron todos buenos”.
“Como atletas, por lo menos yo, desde que sale el disparo sé si es bueno o malo —apunta Abrham—. Y desde que salió, me viré para atrás, sabía que lo habíamos logrado, tuvimos un disparo malo de seis, pero supimos reponernos y ganar la medalla”.
Para Aliesky Reyes, espirituano también, controlar los nervios fue la parte más difícil: “Siempre traté de controlarlos, de transmitirles tranquilidad a los muchachos. Aun cuando desde fuera parecían ellos mismos favoritos, la clave estuvo en mantenerse en calma. En los torneos por equipos nuestros atletas se sienten acompañados, arropados uno por el otro. Les dije: Trabajen a su ritmo, no aceleren nada, no busquen nada. Solo hacer lo que saben hacer, vamos a hacerlo bonito, a disfrutarlo”.
La medalla compensa meses y años duros: “El proceso ha sido difícil, largo, Las condiciones sabemos que muchas veces no son las mejores. Pero supimos trabajar, salir adelante día a día, de lunes a domingo muchas veces. Agradezco a los muchachos porque se entregaron y supieron cumplir”.
La presea estremeció a Sergio Font, secretario general de la Confederación Panamericana de Arquería y delegado técnico de la competencia. “Tiene un valor tremendo —declaró a la prensa—, los muchachitos han hecho un trabajo impresionante, no solo por haber ganado el bronce, sino contra quienes lograron un resultado increíble para Cuba”.
Abrham siente que cumplió con su país y con el Comandante en Jefe en la fecha de su cumpleaños: “Siempre lo vamos a tener presente porque somos cubanos y él es inspiración”, afirma.
Pero también cumplió con su abuela, la arquera mayor, y con su abuelo, a quien le había prometido una presea: “Dedico esta medalla a mi abuelo, que ya no está. Para mí lo es todo y para mi papá, también”.
Tomado de Escambray