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La noble virtud de ser un “pesao”

Jorge Armando Valdivia Perdomo es un operador de equipos tecnológicos que en la OBE Cabaiguán y en numerosos municipios de Cuba ha dejado su huella en el oficio de brindar el servicio eléctrico, a la vez que se ha convertido en consejero y maestro de sus compañeros de labor

pesao
Las huellas transformadoras de Jorge Armando están en todas partes del territorio provincial, como parte de las tareas de ampliar la cobertura de electrificación en las zonas rurales.

Por: José F González Curiel

Tomada de: Escambray

Una vida consagrada al trabajo de brindar servicio eléctrico por toda Cuba y las vivencias acumuladas en cada una de esas contiendas a las cuales le ha convocado el oficio, le han dado a Jorge Armando Valdivia Perdomo la certeza de ser un “pesao” que no acepta nada mal hecho entre sus colegas de la Empresa Eléctrica de Cabaiguán.

Tal vez sean su marcado espíritu guajiro y su profunda nobleza, las razones por las que no mire directo a los ojos cuando se trata de hablar de sí mismo, pero según sus compañeros de batallas, es un incansables en cada faena y muy directo a la hora de decir a los demás cómo se hace bien el trabajo.

Hace dos años que se jubiló, pero la Organización Básica Eléctrica de su municipio demandó su reincorporación. “Sentía que tenía fuerzas y posibilidades para seguir aportando —asegura Valdivia—  y como hay necesidad de trabajadores calificados, decidí volver y dar todo lo que pueda al oficio, desde la grúa que tanto he cuidado en estos años”.

Hasta que me jubilé, fui a todas las provincias por donde pasaron ciclones, rememora Valdivia Perdomo.

Muy cerca de la Secundaria de La Campana, en Cabaiguán, el ambiente campestre y el entorno familiar formaron desde niño sus virtudes de disciplina, consagración y humildad que le han acompañado toda su vida.

A los 17 años se inició como operador de maquinaria agrícola en varios lugares de la provincia: El Jíbaro, Tayabacoa y Jatibonico tirando caña en las zafras, hasta que llegó la edad del servicio militar, por tres años en El Guajay.

“Después del ejército —apunta—, en el año 1976 empecé a trabajar en la Empresa Eléctrica de Cabaiguán, primero como liniero, pero problemas en la columna vertebral me obligaron a pasar a la plaza de operador de carro pluma, como se les decía a las grúas de aquel entonces y en esa tarea estuve alrededor de 30 años”.

Tal vez los riesgos mayores los vivió durante los 12 años, a finales de la década del 70, que compartió oficio con una brigada “en caliente” que se conformó en Sancti Spíritus. Luego, cuando se hizo la brigada de ese mismo tipo en Cabaiguán, retornó a su tierra natal.

“Son labores que llevan mucho riesgo, porque se hacen en líneas energizadas de alta tensión —continúa Valdivia—, donde estás en peligro todo el tiempo”.

No son muchos los profesionales que cuentan en su hoja de servicios con el honor de participar en todas las tareas de recuperación convocadas ante los desastres provocados por fenómenos naturales que afectaron el país; Valdivia sí.

“Hasta que me jubilé, fui a todas las provincias por donde pasaron ciclones. Las experiencias más fuertes las recuerdo en Los Palacios, hace 14 años, donde estuvimos dos meses y posteriormente en Baracoa, hace unos seis años, por la dimensión de los daños, donde tuvimos que instalar los equipos en muchas lomas, en pendientes muy altas y también dentro de las aguas desbordadas del río Toa”.

Los recuerdos le llegan con facilidad y ante el tema de experiencias desagradables responde sin pensar dos veces: “En Baracoa resbalé en el fango mientras operaba la grúa desde el suelo y me fracturé un brazo. Fue doblemente doloroso, en el brazo y en la mente porque me vi limitado en un momento duro para los habitantes del lugar y para mis compañeros”.

También sus huellas transformadoras están en todas partes del territorio provincial, como parte de las tareas de ampliar la cobertura de electrificación en las zonas rurales. El montaje de la línea eléctrica que va hasta Topes de Collantes, que ya tiene cerca de 40 años y también en Gavilanes. Fueron experiencias en zonas muy intrincadas y de muchos obstáculos.     

A Valdivia le llueven los reconocimientos por tantos años de servicios y por tantas proezas realizadas ante las más duras condiciones, pero es un tema que, a todas luces, no le agrada. Solo usando una especie de mayéutica trascendental, cuenta que en cada fin de misión por desastres naturales tiene un diploma que guarda con mucho cariño.

En un lugar importante de su casa conserva otras condecoraciones: Medallas Jesús Menéndez, la medalla Proeza Laboral en dos oportunidades y la Ñico López, junto a los diplomas de vanguardia provincial y el reconocimiento por los trabajos realizados por los efectos causados por “la tormenta del siglo”, en La Habana.

Los más jóvenes que lo acompañan lo miran con un tono especial, según cuenta Luis Enrique Calderín, su pareja de trabajo por décadas. “Para nosotros es como un padre caprichoso o como un maestro exigente. No te deja hacer nada que no puedas, nada que sea peligroso. Siempre arriba de uno, alertando sobre el uso de las normas de seguridad, aconsejando sobre cómo hacer bien lo que tenemos que hacer y cómo evitar el accidente”.    

La familia es su motivo para poner la mente en los peligros del trabajo y poder regresar siempre con ellos. “Mi casa, mis hijos y mis nietos son mi mayor disfrute —dice Valdivia—, independientemente de que me gusta mucho ir al rodeo en mis ratos libres”.   

Así se ve caminar por los pasillos de la OBE Cabaiguán, por las calles y por los campos donde quiera que los clientes le necesitan, arriba de su equipo o abajo en función de consejero, con la frente levantada cuando sus colegas de tantos años agradecen la seguridad que les viene de la noble virtud que tiene Valdivia de ser un “pesao”, pero para el bien de todos.  

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