sábado, abril 20El Sonido de la Comunidad

Los derechos que Fidel nos enseñó a respetar

ninos espirituanos

Este 10 de diciembre se conmemoran 72 años de la adopción, por la Asamblea General de las Naciones Unidas, de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Cuba exhibe con orgullo una sólida obra.

Inundado de amor lucía su rostro cuando Fidel, deseoso de conocer todo sobre aquel hombre y sus recuerdos, conversaba con Salustiano, el anciano que departía con él, sin verlo, en un lugar muy próximo a Playita, sitio del oriente cubano por donde desembarcaran Martí y Gómez en 1895.

La voz suave, dulcísima; el tabaco dándole vueltas en las manos. El líder preguntó por la historia, las condiciones y hábitos de vida de quien lo nombraba su hermano sin saber que lo tenía enfrente, la protección social que recibía, el estado de salud e incluso si soñaba y luego recordaba esos sueños.

“Nosotros somos los que le debemos unos pesos a usted”, dijo ante una revelación del nonagenario sobre el sueño en el que aparecía como deudor de alguien. Días después Salustiano volvía a ver, gracias a las varias ayudas que Fidel encomendó brindarle.

La anécdota me ha venido a la mente a propósito de la fecha en que unos y otros enarbolan banderas, pugnan por demostrar que ellos sí y los demás no. Rehúyo comparar, procuro tan solo juntar algunos hechos que he conocido a lo largo de mi vida, iniciada en el mismo año de la Revolución.

Entonces veo al líder, a riesgo de ahogarse, en medio de los vientos y las inundaciones del ciclón Flora, cuyos daños, con pérdidas de miles de vidas, lo llevarían a idear un programa que evitara tragedias como aquella y permitiera, a la vez, aprovechar el potencial hidráulico. Repaso la epopeya de la Campaña de Alfabetización, en la que Cuba puso en manos del pueblo las herramientas para que fuera culto y, en consecuencia, libre.

¿Cómo olvidar los gestos del estadista mientras recibía, al pie de la escalerilla del avión, a los niños que llegaban de Ucrania, Rusia y Bielorrusia, tras ser afectados gravemente por la explosión nuclear de Chernobil, para ser atendidos en Cuba? Tarará, el sitio que acogió a dichos pacientes, otrora club de yates donde antes vacacionaban turistas norteamericanos y miembros de la clase media alta cubana, alojó, al comienzo de la Revolución, a miles de niños huérfanos o muy pobres que a través de becas y planes de superación cultural se convirtieron luego en profesionales.

Hablo de Fidel porque él era el espejo en el que nos mirábamos todos. Con un guía así de humanitario, ¿cómo podría su nación desdecir sus actos? Los infantes y los ancianos, mejor protegidos. Los niños especiales o de capacidades disminuidas, con atenciones también especiales, en escuelas que han ido formándolos como seres de bien, útiles a sí mismos, a sus familias y al país.

Y si de derechos humanos se trata, hay que hablar de las mujeres y de las razas antes desfavorecidas y ahora fundidas en un mismo haz, en un solo pueblo que sigue aferrado al eterno sueño de conquistar ese mundo mejor proclamado por Fidel.

Ni en los tiempos buenos, ni en las peores adversidades, podrá dársele la espalda al hombre. Así nos enseñó aquel que prefirió el placer de hacer el bien a amasar otro tipo de fortuna. Décadas de acciones que hablan más alto que las palabras, dentro y fuera de Cuba, son también la manera de perpetuar la historia de una nación que eligió su destino: ser libre de toda injerencia, cueste lo que cueste.

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