A nueve años de la partida física del Comandante en jefe Fidel Castro Ruz, su legado sigue vivo en el corazón de las cubanas y cubanos
Por: Lillipsy Bello Cancio
Hay un Fidel de carne y hueso que todos conocen: el de la figura erguida, la estatura (física y moral, ética y humana) inmensa, el de verbo fácil, la mirada limpia… el de unas manos finas y grandes, cual islas que se le extendieron desde el alma.
El de carne y hueso es un Fidel enérgico y sensible, de paso gallego (que es como decir medio torpe) y un carisma capaz de seducir hasta a los más incrédulos… el que se ve es un hombre jaranero, jodedor, bromista… ¡un “cubanazo” de esos de los que no se repiten ni en un siglo, ni en dos, ni en tres…!
Pero hay un Fidel que cada uno tiene, que cada quien se dibujó, un Fidel del que seguimos hablando en presente porque no se nos muere ni matándolo un millón de veces cada día, todos los días del año.
El mío, por ejemplo, es el de la Plaza cada Primero de Mayo, el que ofrecía un discurso o recibía al Presidente- amigo en el Aula Magna de la Universidad de La Habana y soslayaba todos los protocolos presidenciales para hablar con los muchachos que a un costado lo esperaban para, aunque sea, verlo de lejos o de cerquita… pero verlo.
El Fidel de mi niñez se lo debo a mi abuela, a sus historias, a esa inquietud por saberlo todo o casi todo o al menos lo que valía la pena, que me endilgó… mi primer Fidel no tenía barba, ni era un “gigante”, tampoco vestía de verde- olivo… mi primer Fidel era un niño (de mi misma edad), rebelde, inteligente, inquisidor, amante de la justicia y de los suyos, que desandaba descalzo los campos de Birán y montaba los caballos de la finca y nadaba en el río más cercano y tenía una abuela (igual que yo) que le enseñaba todo lo que él sabía.
Después (no mucho tiempo después y casi sin darme cuenta) aquel Fidel se me convirtió en expedicionario, en el Comandante en Jefe de una Revolución que puso a los humildes en el poder, en el líder capaz de movilizar un país y hasta un Continente y gente de todo el mundo en defensa de un ideal… ¡Fidel, de pronto se me hizo héroe!
Y entonces mi “Fidel” era capaz de desafiar ciclones, de cambiar mercenarios por compotas y medicinas, de devolverle un niño a su padre, a su Matanzas, a su Patria… mi Fidel era capaz de hablar con un Ministro o un presidente, con cualquier personalidad de la Cultura o las Artes, con un Papa, con un atleta… y de sentarse a cenar con unos carboneros, y de abrazar a la madre que perdió a su hijo porque un par de… hicieron explotar una bomba en el avión… mi Fidel le devolvió sus zapaticos blancos a una niña, y con ellos le regaló luz, le devolvió su libertad, los convirtió en símbolos.
Mi Fidel nunca permitió que le celebraran cumpleaños, repartió a partes iguales lo mucho y lo poco (si no había para todos, nadie tendría nada), condenó las traiciones y celebró la vida.
Un día, mi Fidel se convirtió en leyenda (a pesar suyo)… un día, hace nueve años, todo un pueblo y los hombres dignos del mundo lo lloraron… un día, ese día, mi Fidel se me hizo de carne y hueso….
