Este 23 de agosto, la Federación de Mujeres Cubanas arriba a sus 65 años de fundada con el protagonismo de Fidel y Vilma Espín Guillois

Vivía en una casa de tablas y tejas rojizas, allá en Bacuino; de un lado, un potrero y del otro, un naranjal, cuyos ramajes reventaban de blanco desde marzo, por tanta parición de azahares. Blanca también era la cofia y la vestimenta de aquella mujer, que cada vez que sacaba una jeringuilla del papel esterilizado, color cartucho, los mirones salíamos de estampida del comedor del llamado chalet de Rea.
Los mirones de ocasión éramos los hijos y las hijas de las madres, brigadistas sanitarias que asistían a la preparación mensual para ejercer tales funciones; convocada por la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), con el apoyo de Salud Pública. Transcurría 1971 y el accionar de la FMC, fundada el 23 de agosto de 1960, llegaba a los más cercanos y lejanos parajes de Sancti Spíritus y Cuba.
En Bacuino y más allá del puente, bautizado por los lugareños como El Mosquito, engullidos luego por las aguas de la presa Zaza, la maestra Haydée Rodríguez Martínez tocó puertas, casi todas de bohíos, para sumar a mujeres a la Federación. Ante la duda, ella blandía la palabra, el argumento.
Tocar las puertas era asunto menor; el mayor, el machismo, que ardía entre aquellos guajiros como lo hacía la candela de abril en esa llanura; eran ganaderos acostumbrados, apenas desensillaran y soltaran el caballo en el cuartón próximo, a que las esposas les tuvieran el agua caliente lista para bañarse y la comida, igualmente, a punto. Ello sí, eran campesinos laboriosos, herederos de prejuicios sociales, a quienes les resultaban incomprensibles la lucha por la igualdad de la mujer, el empleo femenino…
En defensa de tales derechos, la maestra Haydée plantó bandera y siempre hablaba de Vilma Espín Guillois, promotora de la idea de crear la FMC y su presidenta eterna; condición que no buscó, sino que fue ganada desde su épica clandestina en la ciudad de Santiago de Cuba, bajo las órdenes de Frank País, y en la vida guerrillera, en compañía del líder de la Revolución, General de Ejército Raúl Castro.
A Haydée y a una legión de mujeres y hombres, lo que más les atraía de Vilma era su sensibilidad: fomentó los Hogares de Niños sin Amparo Familiar y los círculos infantiles, así como la aprobación de políticas públicas a favor no únicamente de las mujeres; sino, además, de los niños, las niñas, las adolescencias, las juventudes y las familias.
Tanta sensibilidad puede encontrarse en las dotes de Vilma para el canto, cuya técnica perfiló como miembro de la coral en la Universidad de Oriente, y en el punteo de las zapatillas de un ballet clásico. En fin, Vilma vino al mundo como el rocío que besaba, desde la madrugada y hasta el amanecer, las buganvilias moradas y los amarillentos clavelones, sembrados por mi padre en el patio de la casa de Bacuino.
Mi papá, quien para inicios de los años 70 del pasado siglo ya había sido carpintero, tabaquero, cortador de caña y montero, y se estrenaba como dirigente político en Guasimal, conocía de la A a la Z el pensamiento de Fidel en torno a la mujer y sus derechos.
Sabía que, ante la mirada incrédula de no pocos rebeldes en la Sierra Maestra, el Comandante en Jefe le entregó las armas y formó el pelotón femenino Mariana Grajales en septiembre de 1958, y al cabo de tres meses después, en sus palabras el primero de enero de 1959, desde el balcón del entonces Ayuntamiento de Santiago de Cuba, el jefe rebelde significó: “(…) las mujeres son tan excelentes soldados como nuestros mejores soldados hombres”.
La nostalgia no solía posarse en mi padre; mucho antes de su partida física, abogaba por desempolvar el funcionamiento y darles vida nueva a las organizaciones de masas, entre estas la FMC, la cual este 23 de agosto llega a los 65 años de fundada. Y este cronista, que sí disfruta despertar las remembranzas de su breve tiempo de estancia en Bacuino, hoy evocó aquellos pasajes en el chalet de Rea, cuando la enfermera preparaba a las federadas como brigadistas sanitarias y sacaba la jeringuilla, y los mirones de ocasión salíamos de estampida del lugar, por si acaso.