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Oreste; el despedidor de duelos de Santa Lucía

Aunque ya se ha roto la tradición, en años anteriores en todo pueblo cubano que se respetara existía un despedidor de duelos, el de Santa Lucía en Cabaiguán, se nombraba Oreste.

Oreste

Por: José Miguel Fernández Nápoles.

Tomado del grupo de Facebook Crónicas de Santa Lucía

Oreste el Negro era uno de los hermanos de la familia Hernández Esponda de Santa Lucía, que cuando yo era niño, era la única familia negra que vivía allí.

Era un personaje porque fue lector de tabaquería y lo conocía todo el mundo. Pero lo más que resaltaba, además de ser también, y por encima de cualquier otra cosa, es que era un auténtico jodedor cubano, persona simpática, con  gran sentido del humor. Cada vez que fallecía alguien lo buscaban a él para que despidiera el duelo.

Los entierros generalmente eran andando detrás del coche fúnebre hasta el cementerio del pueblo, o hasta donde era posible, porque cuando llovía mucho, había que llevar el ataúd en hombros hasta el campo santo. Los “ataques” y desmayos de las mujeres eran unos detrás de otros y lamentos y terribles llantos.

Al llegar a la entrada del cementerio ponían el féretro en una especie de carro de ruedas pequeñas y Oreste tomaba la palabra.

“A veces me ponen en un gran aprieto”, me dijo un día, porque si el muerto era un sinvergüenza, a ver qué digo.

Oreste comenzaba su sermón diciendo siempre que este era el camino que todos íbamos a pasar un día y empezaba a hacer una especie de biografía del muerto. Usaba algunas palabras de elogio a la familia siempre y se unía a su dolor y modulaba la voz para tocar las fibras de la gente y usaba alguna anécdota que indagaba sobre el muerto, donde se pusiera de manifiesto alguna virtud, que todos por desalmados que seamos, tenemos siempre.

No se cansaba de decirme que yo tenía madera para despedir duelos y que no quería que lo enterraran en silencio, que el próximo entierro me iba a preparar para que yo lo despidiera.

Jamás me atreví a decir las palabras de despedida en el duelo de nadie porque la emoción me deja mudo cada rato en momentos mucho menos solemnes. Oreste se fue relativamente joven y ya yo no vivía en Santa Lucía, ni se siquiera quien le despidió el duelo, pero desde luego seguramente quien lo hizo, podía decir maravillas.

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