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Paula Rebeca Medina Jiménez: El premio que está aún por llegar

Paula Rebeca Medina Jiménez, la única trinitaria condecorada con la Orden Ana Betancourt y delegada por muchos años se ha dedicado a enderezar los trazos que a veces la vida se empeña en torcer

Rebeca

Nunca se rinde ni tampoco se está quieta. Toca cualquier puerta y no claudica con la mentira. “Me altero cuando me engañan”, admite como si se tratara de un defecto; mas, quienes la aprecian, le agradecen esta y otras virtudes.

De apariencia menuda siempre se hace notar. Y aunque a sus 69 años luce más sosegada, que nadie se engañe, Paula Rebeca Medina Jiménez tiene el ímpetu capaz de vencer gigantes y molinos de viento.

No son pocos los que ha encontrado en su camino desde que, siendo casi una niña, se integró a la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) en el municipio de Trinidad; primero como dirigente de base de delegación, y meses después, secretaria del bloque Candelaria Figueredo, responsabilidad que cumple —o más bien disfruta— hasta hoy.

Y no exagero: Rebeca tiene más de una razón para confiar a otras personas sus funciones. A la delegada del Poder Popular, a la activista del barrio, a la coordinadora del Programa Educa a tu Hijo en el Consejo Popular de Monumento, a la hija que perdió a su madre hace apenas ocho meses, a la bisabuela amorosa… se le multiplican las horas, los minutos, las preocupaciones y las alegrías. Pero no se lamenta, ni tampoco se imagina en casa sin saberse útil.

No ha dedicado su vida a la FMC por reconocimientos; sin embargo, la Orden Ana Betancourt que hace poco colocaron en su pecho la emocionó hasta lo más hondo. “Le di un abrazo fuerte a nuestro Presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez y le dije al oído que con las trinitarias podía contar”, evoca mientras aprieta fuerte la imagen dorada que desde entonces lleva prendida en el corazón junto a otros recuerdos entrañables.

“La batalla por el sexto grado fue una tarea hermosa porque les dio la oportunidad a muchas personas de superarse. Después de concluida la Campaña de Alfabetización se elaboraron programas para el seguimiento del estudio y se crearon aulas en todo el país para continuar con la educación de los adultos. Yo fui una de esas maestras voluntarias y que con gusto doné incluso mis vacaciones.

“Impartimos clases en varios centros de trabajo, como los tejares y dependencias de transporte. Significó un inmenso esfuerzo para quienes participamos, pero a la vez fue muy reconfortante ver el entusiasmo del pueblo y las nuevas oportunidades que la Revolución nos ofrecía a todos”.

Rebeca aprovechó la suya y alcanzó la licenciatura en Educación Primaria con una trayectoria impecable por numerosas escuelas del territorio. A su vocación por el magisterio la acompañó siempre la necesidad de enderezar algunos trazos que a veces la vida se empeña en torcer.

“Me gusta el trabajo comunitario y de prevención social con familias que viven situaciones complejas. Algunos de estos niños procedentes de entornos disfuncionales hubo que incorporarlos a la escuela de conducta de la provincia. Los visité en varias ocasiones y regresaba con el corazón oprimido. Nunca perdí el vínculo con ellos. Hoy son hombres y mujeres con un comportamiento adecuado; muchos todavía me recuerdan.

“En el año 2009 estuve en el establecimiento penitenciario Nieves Morejón. Es muy triste ver una reclusa. Por eso soy incansable en la atención a las jóvenes que, por el medio familiar en el que se desenvuelven, pueden ejercer la prostitución. Ha sido una problemática fuerte en mi consejo popular y nunca hemos bajado la guardia.

“Entre las mejores experiencias del trabajo como delegada y dirigente femenina me quedo con esta labor humana y de aprendizaje permanente, que te permite conocer a las personas y sus conflictos. Ya se ha dicho que prevenir es el arte de salvar; es un principio de la Revolución”. 

¿Alguna historia que la ha marcado?

“Muchas. Pero hay una muy cercana de una joven, de la cual no voy a revelar su identidad. Procedente de una familia en situación de fragilidad, comenzó en el asedio al turismo porque su mamá tenía muy pocos recursos y ella se sentía inferior a sus amigas. Entonces todos los factores trabajamos de conjunto y hasta logramos celebrarle su fiesta de quince. Hoy tiene una familia hermosa.

“Esa es la esencia de nuestra labor; escuchar a las personas y que no se sientan abandonadas. He tratado de ser consecuente con esa misión. A la Federación de Mujeres Cubanas le agradezco ser también la delegada de la Circunscripción No. 48. Me reconforta saber que las personas me quieren y responden cuando las convoco”.

Y como en una suerte de ciclo vital asume nuevamente el trabajo con los niños, pues desde hacedos años atiende el Programa Educa a tu Hijo en el Consejo Popular de Monumento. Con la sensibilidad como talismán, a prueba de la indiferencia, guarda entre sus apuntes el diagnóstico de las 248 familias vinculadas a esta modalidad en su zona.

La familia ha estado siempre en el centro de su labor, ¿qué significa la suya?

“Mi mamá me inculcó el amor por la FMC; vi siempre en ella un ejemplo de revolucionaria, que a su vez heredó de mi abuela Zoila. Recuerdo un acto de Fidel en Santa Clara al que asistió una representación de Trinidad. Por esos días ella tenía la presión alta y el médico le recomendó que se quedara en la casa. Al regresar, subí a uno de los ómnibus y la que organizaba el viaje era mi abuela. Siento mucho orgullo de parecerme a ella.

“Mi papá fue pobre, tuvo que trabajar desde los siete años. Me enseñó a amar a la Revolución. Cuando la entregaron la medalla por el 60 Aniversario de la Asociación de Combatientes, yo la recibí por él porque ya estaba enfermo. La guardo con mucho cariño.

“A mis dos hijos les he inculcado los mismos valores. Tengo cinco nietos y tres biznietos y medio, porque uno viene en camino”, ríe con picardía.

Insisto sobre sus virtudes y aún no es capaz de separarlas de sus defectos. “No me gusta quedarme callada ante lo mal hecho”, asegura tajante.

¿Y eso no ha ocasionado conflictos?

“A veces sí. Pero cuando tengo la razón voy a hasta el fin del mundo. Y si algo es rojo, no es de otro color. No todos reaccionan con transparencia y eso me duele. La mayor recompensa del día es haber agotado todos los recursos y encontrar siempre una respuesta”.

Pero el premio de su vida está aún por llegar. Paula Rebeca Medina Jiménez, la única trinitaria condecorada con la Orden Ana Betancourt, pensó en su madre, en la gente del barrio, en las mujeres a las que siempre resguardó. “Ahora tengo otro anhelo: alcanzar la medalla Mariana Grajales. Es mi inspiración para continuar la lucha”, y aprieta fuerte la imagen de la cubana irreverente.  

Tomado de Escambray.

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