jueves, octubre 3El Sonido de la Comunidad

Pensemos siempre en la grandeza humana

La grandeza humana siempre tiene que verse por encima de cualquier comentario de toda índole que aparezca en las redes sociales

El respeto siempre porque vivimos en sociedad y todos somos seres humanos a pesar de las diferencias de cualquier índole.

Por: Lillipsy Bello Cancio

Las redes sociales son una bendición, cuando de facilidades de comunicación con la familia y amigos, recuperar viejas relaciones, encontrar gente que teníamos perdida desde hace mucho y hasta de encontrar información valiosa se trata… pero… sí tiene, no uno, sino varios “peros”, todos contrarios a los conceptos a partir de los cuales fueron creadas.

Y es que cada vez que veo a esos cubanos agrediéndose porque sencillamente no les agrada “cualquier cosa” del otro (y cuando digo “cualquier cosa” puede ser desde su forma de pensar, filiación política o modo de vestir), mofándose de la desgracia de unos pocos, haciendo campaña contra un coterráneo que llegó a otro país por las mismas razones que aquel o convirtiendo en meme la opinión de una anciana, me cuestiono esa inconmensurable fe martiana en la grandeza humana.

Por suerte, y porque nacimos en esta Isla de rebeldes y mambises, de gente alegre y solidaria, de jugadores de dominó y peloteros empedernidos, donde los malos tiempos encuentran siempre buenas caras, todavía hay quien se levanta todos los días a jugársela por su familia, por su barrio, por su país.

Por suerte hay quienes, a pesar de las carencias, abren sus restaurantes para ofrecerle comida a los más necesitados, o escudriñan en sus finanzas para contribuir, con sus últimos centavos, a la causa mayor que es el bien de aquella muchacha enferma, el anciano sin familia que precisa (más que nadie) de la mano amiga (sin importar si es conocida o no) o la quinceañera cuya historia no le permite una fiesta de quince que solo la “confabulación” y las alianzas pueden lograr.

Por suerte, todavía no son pocos los que, ante la ocurrencia de un desastre que bien pudiera ser una pandemia de dimensiones impensadas, el desplome de un hotel, la caída de un avión o la explosión de una base de súper tanqueros ponen sus autos particulares al servicio de los médicos, cambian el confort de un set de grabaciones por un uniforme de bomberos o se desvelan durante varios días para socavar el dolor y la desesperanza.

Con esos yo me quedo: con los que cerraron las puertas de sus casas, dejaron sus familias detrás, y se dedicaron durante días a salvar vidas, alimentar gente, limpiar centros de aislamiento y a recoger escombros; con los que, entre lágrimas, continuaron buscando sobrevivientes, desenterrando los hijos de otros, los padres de otros, los hermanos de tantos… me quedo con los que le arrebataron tantas vidas a la COVID, al ÉBOLA, a las llamas.

Prefiero no prestar mucha atención a aquella que, después de mantener a todo un pueblo en vilo, a un equipo de médicos insomnes y a un país al tanto de su vida, eligió la ingratitud; o al que después de partir se olvida del amigo que “estuvo siempre ahí”, o al que desdice de sus orígenes guajiros y se cree más citadino que la estatua de la Libertad.

Claro, que debíamos haber aprendido un poquito más de cada una de las lecciones que Madre Natura nos da por estos días, deberíamos haber sido más perspicaces y comprender mejor nuestras vulnerabilidades, ¡ojalá y nos sirvieran más esos bofetazos de la vida! Cubanas, cubanos, donde quiera que estemos, en la Isla o fuera de ella, millonarios o sin tener donde caernos muertos, comunistas, demócratas o republicanos, yo me quedo con aquella aseveración del Apóstol que daba cuentas de que: “En Cuba son más los montes que los abismos, más los que aman que los que odian, más los del campo claro que los de encrucijada, más la grandeza que la ralea”…. ¿A cuál de ellos pertenece cada quién? Esa… esa sí ya la decide usted…

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