viernes, marzo 29El Sonido de la Comunidad
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Deberes constitucionales del ciudadano cubano

foto trabajo Arturo

La clausura de la I Sesión Ordinaria de la VIII Legislatura de la Asamblea Nacional del Popular Poder en La Habana, efectuada el 7 de julio de 2013, cuyo cierre fueron las palabras pronunciadas por el Primer Secretario del Comité Central del PCC, entonces, también, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, General de Ejército Raúl Castro Ruz, del arribado 24 de febrero del año 2019, en el que millones de cubanos refrendaron en las urnas la nueva Constitución de la República de Cuba.

De su discurso, entre otros asuntos, reproduzco lo que sigue:

Hemos percibido con dolor, a lo largo de los más de veinte años de período especial, el acrecentado deterioro de valores morales y cívicos, como la honestidad, la decencia, la vergüenza, el decoro, la honradez y la sensibilidad ante los problemas de los demás.

El delito, las ilegalidades y las contravenciones se enfrentan de manera más sencilla: haciendo cumplir lo establecido en la ley.

Así, una parte de la sociedad ha pasado a ver normal el robo al Estado. Se propagaron con relativa impunidad las construcciones ilegales, además en lugares indebidos, la ocupación no autorizada de viviendas, la comercialización ilícita de bienes y servicios, el incumplimiento de los horarios en los centros laborales, el hurto y sacrificio ilegal de ganado, la captura de especies marinas en peligro de extinción, el uso de artes masivas de pesca, la tala de recursos forestales, incluyendo  el magnífico Jardín Botánico de La Habana; el acaparamiento de productos deficitarios y su reventa a precios superiores, la participación en juegos al margen de la ley, las violaciones de precios, la aceptación de sobornos y prebendas, el asedio al turismo y la infracción de lo establecido en materia de seguridad informática.

Conductas, antes propia de la marginalidad, como gritar a viva voz en plena calle, el uso indiscriminado de palabras obscenas y la chabacanería al hablar, han venido incorporándose al actuar de no pocos ciudadanos, con independencia de su nivel educacional o edad.

Se ha afectado la percepción respecto al deber ciudadano ante lo mal hecho y se tolera como algo natural botar desechos en la vía; hacer necesidades fisiológicas en calles y parques; marcar y afear paredes de edificios o áreas urbanas; ingerir bebidas alcohólicas en lugares públicos inapropiados y conducir vehículos en estado de embriaguez; el irrespeto al derecho de los vecinos no se enfrenta, florece la música alta que perjudica el descanso de las personas; prolifera impunemente la cría de cerdos en medio de las ciudades con el consiguiente riesgo a la salud del pueblo, se convive con el maltrato y la destrucción de parques, monumentos, árboles, jardines y áreas verdes; se vandaliza la telefonía pública, el tendido eléctrico y telefónico, alcantarillas y otros elementos de los acueductos, las señales del  tránsito y las defensas metálicas de las carreteras.

Igualmente, se evade el pago del pasaje en el transporte estatal o se lo apropian algunos trabajadores del sector; grupos de muchachos lanzan piedras a trenes y vehículos automotores, una y otra vez en los mismos lugares; se ignoran las más elementales normas de caballerosidad y respeto hacia los ancianos, mujeres embarazadas, madres con niños pequeños e impedidos físicos. Todo esto sucede ante nuestras narices, sin concitar la repulsa y el enfrentamiento ciudadanos.

Lo mismo pasa en los diferentes niveles de enseñanza, donde los uniformes escolares se transforman al punto de no parecerlo, algunos profesores imparten clases incorrectamente vestidos y existen casos de maestros y familiares que participan en hechos de fraude académico.

Es sabido que el hogar y la escuela conforman el sagrado binomio de la formación del individuo en función de la sociedad, y estos actos representan ya no solo un perjuicio social, sino graves grietas de carácter familiar y escolar.

Me pregunto, ¿las llagas sociales denunciadas por Raúl han sanado o están en vías de curación, tras el paso de poco más de un lustro?

Me atrevo a afirmar que no, que se profundizan y se tornan purulentas y contagiosas. Sigo preguntándome, ¿cuántos son los enfermos?

No sé cuántos son, ni creo que haya estimado alguno que se aproxime a su número real; me limito a reproducir lo dicho por el entonces Presidente: no pocos ciudadanos. Basta la visita a espacios públicos, residir en vecindades, transitar calles y avenidas, laborar en centros de trabajo (incluyendo los asistenciales y académicos) para que nuestros sentidos (vista, oído y olfato) registren, y retomo las palabras del Primer Secretario, el acrecentado deterioro de valores morales y cívicos, como la honestidad, la decencia, la vergüenza, el decoro, la honradez y la sensibilidad ante los problemas de los demás.

Si los transgresores son pocos, su deleznable actuar ciudadano los multiplica con creces, ante la pasividad de la mayoría.

Ahora bien, la multitudinaria aprobación de la nueva Constitución, sin que cupiera duda alguna, expresada en el voto mayoritario favorable, según el escrutinio realizado a pie de urnas en el referendo, me hace preguntarme, ¿cambiará la actitud de estos no pocos ciudadanos que, sin ponerlos en tela de juicio, también participarán en el sufragio?¿Asumirán el acto voluntario de votación del texto constitucional con el compromiso moral que entraña la responsabilidad individual de cada ciudadano en el ejercicio cívico para el mejoramiento de nuestra sociedad?¿El depósito de la boleta en la urna, además de mero sufragio, devendrá en voto de arrepentimiento y cambio de actitudes ciudadanas?

Desafortunadamente, también me respondo: ¡No! Entonces, ¿qué hacer?

La respuesta la ofrece Raúl en dicho discurso: El delito, las ilegalidades y las contravenciones se enfrentan de manera más sencilla: haciendo cumplir lo establecido en la ley.

Ciertamente el arsenal jurídico del país cuenta con numerosas armas legales de variada naturaleza para combatir tales desdichas sociales: normas penales, administrativas y disciplinarias, pero no siempre los agentes y autoridades facultadas para hacerlas cumplir están presentes en la escena de las violaciones, o son tardos en acudir al llamado o, sencillamente, se desentienden del asunto. Más con todo, las disposiciones legales existen, solo requieren de su enérgica ejecución por quienes están investidos para ello.

Otra cosa, de peor ralea, es el desenfreno y acentuada caída de los valores cívicos, sutiles y etéreos pero manifiestos a lo largo y ancho del país, acelerados con las precariedades materiales del día a día, a manera de punto de inflexión entre ciudadanos honestos y ciudadanos oportunistas, de los que consideran ara a la patria y la de los que la toman como pedestal.

¿Cómo evitar, retomo el discurso de Raúl, gritar a viva voz en plena calle, el uso indiscriminado de palabras obscenas y la chabacanería al hablar en las colas del esquivo pan; en los tumultuarios abordajes de ómnibus en paradas y estaciones, casi repletos gracias a la selección social de los pasajeros que aguardan; en la procaz altanería de cocheros y choferes de “almendrones” y camiones, ávidos consumidores de oro negro en el mercado negro; en el mercachifleo farisaico de comerciantes apostados en calles peatonales cuyas miradas hieren el pudor femenino; en la irreverencia de adolescentes que recién estrenarán su derecho al sufragio, en tanto sobre sus espaldas cargan morrales acústicos que ofenden el paisaje sonoro de espacios públicos y que en sus propios hogares ultrajan a sus progenitores y abuelos; o en aquellos jóvenes de cerradas barbas levantinas e ininteligibles tatuajes de las runas élficas del Señor de los Anillos que socavan el respeto debido a adultos mayores o a personas aquejadas de minusvalías; en los engañosos Judas, parapetados tras sus trampeadas básculas, cuyas medidas trasuntan incertidumbre; en defraudadores del fisco cuyas transacciones se cierran en moneda convertible pero declaradas en moneda nacional; en los que enrumban su suerte pecuniaria al azar de números o de mordidas de canes o de espuelas de gallos; en vendedores de furtivos pregones crepusculares cuya saga insaciable intenta chupar bolsillos de trabajadores; y en los que en fingida sorpresa reciben dádivas de agradecidos usuarios, pacientes, diplomantes o alumnos?

Ciertamente, todas ellas imágenes del diario convivir que, hasta ahora, capean por sus fueros, muy a pesar del nivel educacional que acreditan sus desaforados practicantes o la pródiga seguridad social, personal o familiar de que gozan, concedida por entidades estatales, en uno u otro rubro.

Ante tales desacatos ciudadanos siempre se acudirá, como solución (a muy largo plazo) a la educación formal que deben rendir las escuelas y las familias, factor determinante pero poco efectivo en el instante mismo, en tanto que la intervención oportuna de las autoridades se torna en apéndice por escribir.

Y es el propio Raúl, otra vez, quien da la respuesta: Es sabido que el hogar y la escuela conforman el sagrado binomio de la formación del individuo en función de la sociedad, y estos actos representan ya no solo un perjuicio social, sino graves grietas de carácter familiar y escolar.

En este nuevo hálito constitucional, pregunto: ¿qué nos postula la nueva Ley Fundamental de los cubanos con estos males que nos aquejan?

He aquí la letra.

Título V Derechos, deberes y garantías

Capítulo IV Deberes

Artículo 90. El ejercicio de los derechos y libertades previstos en esta Constitución implican responsabilidades. Son deberes de los ciudadanos cubanos, además de los otros establecidos en esta Constitución y las leyes:

a) servir y defender la patria;

b) cumplir la Constitución y demás normas jurídicas;

c) respetar y proteger los símbolos patrios;

d) contribuir a la financiación de los gastos públicos en la forma establecida por la ley;

e) guardar el debido respeto a las autoridades y sus agentes;

f) prestar servicio militar y social de acuerdo con la ley;

g) respetar los derechos ajenos y no abusar de los propios;

h) conservar, proteger y usar racionalmente los bienes y recursos que el Estado y la sociedad ponen al servicio de todo el pueblo;

i) cumplir los requerimientos establecidos para la protección de la salud y la higiene ambiental;

j) proteger los recursos naturales, la flora y la fauna y velar por la conservación de un medio ambiente sano;

k) proteger el patrimonio cultural e histórico del país, y

l) actuar, en sus relaciones con las personas, conforme al principio de solidaridad humana, respeto y observancia de las normas de convivencia social.

Una simple lectura de los incisos del referido artículo permite dividirlos en dos grupos: un primer grupo que goza de tutela en el ordenamiento jurídico vigente, tuición a cargo de normas penales o administrativas, y consecuentemente, pertrechadas de sanciones de uno u otro tipo a imponer a sus infractores, según la naturaleza de la violación perpetrada; entonces, su efectiva aplicación compete a las autoridades institucionales.

Los deberes tutelados son:

Servir y defender la patria (a); cumplir la Constitución y demás normas jurídicas (b); respetar y proteger los símbolos patrios (c); contribuir a la financiación de los gastos públicos en la forma establecida por la ley (d);guardar el debido respeto a las autoridades y sus agentes (e); prestar servicio militar y social de acuerdo con la ley (f); conservar, proteger y usar racionalmente los bienes y recursos que el Estado y la sociedad ponen al servicio de todo el pueblo (h); cumplir los requerimientos establecidos para la protección de la salud y la higiene ambiental (i); proteger los recursos naturales, la flora y la fauna y velar por la conservación de un medio ambiente sano (j); y proteger el patrimonio cultural e histórico del país (k).

El segundo grupo de deberes, de sutil apariencia subjetiva, que no cuenta con una norma represiva explícita, aunque pudiera inferirse de otras, son:

Respetar los derechos ajenos y no abusar de los propios (g) y   actuar, en sus relaciones con las personas, conforme al principio de solidaridad humana, respeto y observancia de las normas de convivencia social (l).

Si para ambos preceptos no existe norma punitiva especial, sancionadora de la conducta lesiva, ¿cómo lograr su acatamiento?

¡He aquí el abrupto camino de siembra de valores en el ciudadano cubano cuya arrancada es el hogar y la escuela, conformando así el sagrado binomio de la formación del individuo en función de la sociedad!

La proclamación de la Constitución en memorable fecha patria, por el voto de todos, sumados los de aquellos tendenciosos, bien pudiera ser el primer paso firme en el inicio de esa larga senda educativa, donde hogar, escuela y sociedad coadyuven en la formación del nuevo ciudadano cubano: de él está urgida la nación.

Toca a las escuelas y universidades cubanas pisar fuerte su derrotero.

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