De generación tras generación se han ido trasladando la tradición del bordado, principalmente las mujeres cabaiguanenses que hacen obras de arte a base de paciencia y puntadas.
Por: Aramis Fernández Valderas
El bordado canario se niega a desaparecer en Cabaiguán, la nueva generación de bordadoras, así lo atestiguan, ellas dominan todos los secretos de la aguja, el dedal, la almohadilla, las madejas de hilos, la tijera y la cesta.
De sus manos salen lindos bordados que hacen suspirar a los bisabuelos, los que desde que son pequeñas las bisnietas y tataranietas, le introducen ese bichito para adornar los pañuelos, pañales, blusas, y tapetes.
El Bordado es uno de los legados más valiosos heredados de los isleños que arribaron en masa a este terruño a partir de 1902, la técnica, con siglos de existencia trabaja once puntos esencialmente, entre ellos, el sombra, nudo, camiseta, el cruz y el artístico.
Afortunadamente en el territorio instituciones culturales apoyan el rescate del bordado canario, cuestión que permitió incentivar a muchas niñas sin ascendencia de personas provenientes del archipiélago.
Como parte del bordado, la cestería, es la de menor desarrollo en Cabaiguán, a pesar de la presencia de exponentes experimentados en el empleo del bejuco denominado guaniquiqui, el arique de yagua y otros para fabricar canastilleros, cestas para posturas de tabaco, floreros y búcaros.
Las isleñas que llegaron a Cabaiguán, adornaban sus ropas con el milenario arte, lo combinaban armónicamente con los tejidos, y hacían los ajuares del hogar, es extraño visitar una casa en el municipio y no encontrar la mesa cubierta con el mantel bordado que rematan tejido a crochet.
No se sabe exactamente cuando los tapetes y las sobrecamas tejidas al estilo de las siete islas comenzaron a cubrir mesas y vestir camas en Cabaiguán, hace más de cien años, pero si se confirma la fuerte presencia de la tradición como raíz identitaria en la denominada “Capital canaria de Cuba”.
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