sábado, diciembre 7El Sonido de la Comunidad
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La familia es la parcela donde se siembra todo

En la familia se construye la identidad de la persona, se protege su autonomía y es la base desde donde se proyecta en el ámbito social. 

familia

Por: José Manuel Fernández Nápoles

Tomada del grupo de Facebook: Personas de Santa Lucía

La familia de mi madre era un sembrado de calabazas: una de esas semillas que ponía el campesino como quiera en el surco y poblaban la tierra. En cambio mi viejo era único hijo, así que su familia eran los primos y tíos.

Hoy en día, cuando la familia se visita, suceso poco frecuente, porque la gente prefiere ir a un hotel, a una escapada romántica, a una casa en la playa… y si algún domingo los hermanos se visitan, hay que rellenar un formulario: que si vamos con niños, que si tenemos perros, que si vamos a la hora del café o a cenar. Mandar todo eso por whatsapp, adjuntar una declaración ante notario…

Mi madre se levantaba un día y decía: Voy a pedirle el maletín a Onelia Castillo que mañana nos vamos a Cienfuegos a ver a mi hermana Aracelia.

Al día siguiente nos levantaba a mí y mi hermana a las cuatro de la madrugada y salíamos los tres a pillar la primera guarandinga que venía de Fomento y pasaba por Santa Lucía sobre las seis. En Cabaiguán se nos hacían las nueve esperando «algo» que nos llevara a Santa Clara y para no hacer el cuento muy largo, llegábamos a Cienfuegos a las siete de la tarde con una croqueta en el estómago y el cuerpo como si nos hubieran dado una entrada de palos.

Pero al llegar a casa de mi tía aquello era una verdadera fiesta, era una alegría tridimensional, o sea 3D y en colores. Ahí se movilizaba todo el mundo y sacaban milagrosamente, nadie sabe de dónde ¡un pedazo de pollo y unas malangas! y a la hora de acostarse todas las habitaciones eran camas y se sentía el cuchicheo de mi tía y mi madre que no paraban de contarse historias. La bronca era cuando pasaba volando la semana y mi vieja decía que regresábamos a casa.

Mi tío político Ramón se cabreaba de mala manera porque no quería que nos fuéramos.

Con mi abuelo y mi padre fui muchas veces a Calabazas a visitar a los tíos abuelos y aquello era inenarrable: se respiraba una fraternidad mágica. La familia se sentaba en aquellos taburetes después del almuerzo o la comida a conversar y rememorar historias, la gente se reía y en el ambiente se respiraba esa familiaridad y cariño de unos hacia otros.

Y entonces servían las tazas de café humeante y dulce y mi abuelo, que era el mayor de sus hermanos, contaba historias de su padre español y los viajes en veleros y los ciclones.

Jamás recuerdo caras largas ni discusiones. Los primos de mi padre estaban siempre listos para echarnos un cable. Si alguien se enfermaba me mandaban a mí a buscar un pollo para hacerle un caldo, unas yucas porque la cosa estaba mala o unos mangos. Mi madre les hacía el permanente gratis y una mano lavaba la otra y las dos la cara.

Era una vida diferente donde existía la familia de los Rayones y los Nápoles y la sangre era motivo de fraternidad y no de peleas con abogados por herencias absurdas que por suerte no había que repartir, porque no había nada. Tal vez hemos retrocedido lo suficiente para tomar consciencia de que los principios humanos no pasan de moda y que la familia es la primera parcela donde se siembra todo.

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