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María: el arte del bordado como premisa

María de la Esperanza Martín Martín, es una de las tantas isleñas que emigraron hacia Cabaiguán durante el siglo XX en aras de buscar una mejoría económica

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Esta isleña aprendió el arte del bordado, siendo una referencia de esta tradición en el municipio

Por: Daisy Pilar Martín Ciriano

María de la Esperanza Martín Martín, natural de Tijarafe emigró a Cuba cuando apenas tenía 7 años, en 1923, junto a su madre y sus dos hermanas. La madre vivía sola con sus tres hijas y tenía que trabajar fuertemente para darles de comer. Hacía bizcochos, rosquillas, almendrados, panecillos y los vendía a los vecinos del lugar, también bordaba y cosía. Así nos las criando, pero se aventuró como tantos otros canarios en emigrar a Cuba para mejorar su situación.

Al llegar a tierras cubanas hicieron un largo viaje en tren durante una noche y un día, hasta el paradero que había en Guayos, de ahí se trasladaron para la casa de un isleño que era su primo y que vivía en Cruz de Neiva.

Allí, la madre y la hija hermana mayor comenzaron a trabajar como “colocadas” en algunas casas de la sitiería, haciendo trabajos de cocinera, limpiadora, lavandera y  hasta cuidadora de niños.

Con 11 años, María Esperanza vino a vivir para el poblado de Cabaiguán en el hogar de un matrimonio formado por una isleña joven llamada Remedio Santos y su esposo Antonio Expósito, quien años más tarde se convirtió, junto a otro isleño, el dueño del bar Crispín. En los pocos ratos libres que tenía la joven practicaba el bordado y la dueña de la casa, que era muy buena bordadora, le asesoraba en cada punto. Así aprendió el punto atrás, el hojita abierta y el realce, pero me gustaba muchos hacer el matiz por su gran belleza y colorido.

También el punto festón y el punto perdido. Aún en el hogar de María Esperanza se conservan piezas como una sobrecama blanca tejida con una sola aguja, una sábana bordada en el centro con un búcaro de flores a punto realce y ribeteada  por el borde a punto festón formando conchas pequeñas. Su hija Teresa guarda con orgullo las labores de su madre, así como ella guardó las de su hermana Amelia hasta sus últimos días y con las cuales emprendió su último viaje hacia el reencuentro eterno con su madre y sus dos hermanas.

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