viernes, marzo 29El Sonido de la Comunidad

Vilo Caballo a 103 años de su nacimiento

Vilo Caballo, sobresalió por encima de todos los personajes populares de Cabaiguán, los de antes y los de ahora, a 103 años de su nacimiento sigue marcando fuertemente la oralidad en el territorio.

Vilo Caballo
Vilo Caballo, el personaje popular más conocido de Cabaiguán

Por: Daisy Martín Ciriano

Manuel de Jesús Ramírez, es uno de esos personajes, pero si se nombra de esa manera, seguramente, que pocos lo identificarían, pero si se pronuncian solamente las cuatro letras que conforman su nombre, seguramente surgen las narraciones de sus anécdotas.

Vilo nació en Jatibonico, el 4 de mayo de 1918, sin embargo fue inscripto en el poblado de Guayos, por lo que se considera cabaiguanense. Su padre, según investigaciones de Mario Luis López Isla, fue Jesús Vila Moreno, un hombre blanco que fungía como mayoral en las fincas de la zona y su madre fue María Josefa Ramírez, una mulata hija de gallego y negra africana, tal vez ese apellido Vila que nunca identificó al popular personaje es el origen de su sobrenombre, pero en masculino.

El popular Vilo afrontó tempranamente problemas judiciales que lo llevaron al reclusorio. Allí mal tratado y desatendido inició un largo período de internamiento hasta 1937 que logró salir del conocido Hospital de Mazorra, adentrándose en una nueva etapa de vida en su Cabaiguán querido. Vilo como tantos otros personajes se hizo blanco de la burla picaresca de niños y pueblo en general.  Muchas veces él arremetía con certeras pedradas a sus agresores.

Hoy queda en el recuerdo como un querido personaje, amoroso con los pequeños y con los animales, respetuoso y cumplidor ante el dolor ajeno, sobre todo en la funeraria cuando acompañaba largos tramos a los familiares en el cortejo fúnebre y más que todo un eterno pescador.

Generalmente se le veía muy concentrado desenredando la pita para irse al río Muñecú, en otros momentos con una mata de plátanos al hombro para plantarla en su solar.

Su cumpleaños era celebrado en el Museo. Allí comía dulces, hacía anécdotas y siempre terminaba con su interminable canción de Defiéndete tú y déjame a mí que yo me defiendo como pueda, y hasta ahí llegaba, entonces volvía sobre el estribillo hasta que los músicos extenuados detenían por sí solos los instrumentos. Ese día disfrutaba a plenitud de la fiesta y el público gozaba también de sus ocurrencias.

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