Muy remota está en Cuba la costumbre de beber café, colado de diferentes maneras, las que van desde la introducción de un tizo en el recipiente, en un colador o en una moderna cafetera eléctrica, como en nuestros días
Por: Daisy Martín Ciriano (Licenciada en Historia)
Aquella vieja costumbre de pasar el humeante polvo con el agua por un colador de tela o lana, ha quedado en el recuerdo del campesinado. Y mucho más, en la memoria de los pequeños, los que solo alcanzaban a beber la llamada sambumbia, que no era más que un café claro y dulzón.
Solo en los hogares y territorios donde existe abundancia de plantaciones llamados cafetales, se logra tomar un café puro, el que muchas veces de tan fuerte sabe muy amargo, pero así lo prefieren muchos.
La Historia recoge que después de estas coladas y coladeras, llegaron las primeras cafeteras de origen ruso; las que se les echaba el polvo en un departamento interior, el que a su vez fungía de colador y así, puesto a la llama, salía el precioso néctar colado y humeante. De estas primeras y curiosas piezas queda un ejemplar en el Museo Municipal.
Después llegaron otros modelos más sofisticados, de los que en muchos hogares cubanos aún están en uso y a disposición de las amas de casa.
Hoy, la cafetera eléctrica ha revolucionado el mercado por su rapidez, calidad y presencia, pero de todas estas variedades para degustar el precioso néctar, aún prevalece la cafetera rusa, que sin ser un samovar, tiene diferentes tamaños en las que se cuelan desde diez hasta dos tazas de café, según las personas que lo esperan. Lo más cierto de todo es, que tomar una buena tacita de café, colado en cualquiera de estos útiles, revive a cualquier persona por muy soñolienta o agotada que se encuentre y en Cuba, brindar café forma parte de las reglas de cortesía para con el visitante.
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