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Rebrotes de coronavirus e incivilidad

La concentración de mercancías en céntricos establecimientos comerciales todavía persiste como parte de la vida cotidiana en las calles de la ciudad de Holguín, Cuba, el 10 de abril de 2020, pese a los llamados de responsabilidad social y medidas adoptadas por el Gobierno cubano para el enfrentamiento del COVID-19. ACN FOTO/Juan Pablo CARRERAS/sdl

Por: Arturo Manuel Arias Sánchez

El 7 de julio de 2013, el entonces Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República de Cuba, General de Ejército y Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba, Raúl Castro Ruz, en su discurso de clausura de la I Sesión Ordinaria de la VIII Legislatura de la Asamblea Nacional del Popular Poder, sentenció:

Hemos percibido con dolor, a lo largo de los más de veinte años de período especial, el acrecentado deterioro de valores morales y cívicos, como la honestidad, la decencia, la vergüenza, el decoro, la honradez y la sensibilidad ante los problemas de los demás.

(…).

El delito, las ilegalidades y las contravenciones se enfrentan de manera más sencilla: haciendo cumplir lo establecido en la ley.

(…).

Conductas, antes propia de la marginalidad, (…), han venido incorporándose al actuar de no pocos ciudadanos, con independencia de su nivel educacional o edad.

(…).

Es sabido que el hogar y la escuela conforman el sagrado binomio de la formación del individuo en función de la sociedad, y estos actos representan ya no solo un perjuicio social, sino graves grietas de carácter familiar y escolar.

(…).

¿Qué podemos decir hoy, a más de siete años de pronunciadas aquellas lapidarias palabras, en medio de los rebrotes de Covid-19 en nuestro país y de conductas trasgresoras del orden público, de no pocos ciudadanos, manifiestas en el acaparamiento y la especulación mercantilistas, el delito económico, el desacato a las autoridades sanitarias y policiales, la propagación negligente de enfermedades epidémicas letales, la omisión deliberada de medidas higiénicas para su enfrentamiento, control y extinción?

Sobre coleros, revendedores, especuladores, acaparadores y otras raleas florecientes de contraventores, incluyendo a los que desoyen los llamados a la prevención sanitaria, penden muchas espadas de Damocles sostenidas por un débil pelo de crin de caballo, cuyas cabezas caerán si se hace efectivo, como parece ser, la afirmación del Primer Secretario del PCC, cuando sostuvo en aquella oportunidad que el delito, las ilegalidades y las contravenciones se enfrentan de manera más sencilla: haciendo cumplir lo establecido en la ley (…); ¡y muchas son las normas jurídicas de aplicación con que cuentan las instituciones estatales para combatir el morbo social: penales, administrativas y laborales!   

Si bien aquellas conductas, reseñadas en su discurso por el Primer Secretario del PCC, se gestaron a lo largo de los más de veinte años de período especial, las actuales se han incubado en el corto término de unos pocos meses, con tal grado de expansión que han contagiado a no pocos ciudadanos, en lamentable confusión con la morbilidad del flagelo viral.

Por otra parte, las esperanzas cifradas en los esfuerzos educacionales a cargo de instituciones docentes y núcleos familiares, bien poco o nada han logrado en el curso de estos siete años, en la sutura de las grietas de carácter familiar y escolar escudriñadas por Raúl en su discurso; por el contrario, han hallado una palanca que las profundiza en sobremanera: la telefonía celular, internet y las redes sociales, apenas incipientes en aquel momento, herramientas formidables para robustecer el binomio formador del individuo en nuestra sociedad, pero, lamentablemente, devenidos en instrumentos desvirtuadores de la vida nacional cubana, con su siembra de banalidad, supercherías, ilusionismo, consumismo y egoísmo capitalistas.

Todo ello, me pregunto, ¿es muestra de la incivilidad de no pocos ciudadanos.? Cierto. Pero, ¿qué es la incivilidad?

Partamos en nuestra definición del término civilidad, acuñado en la Roma[1] esclavista, como condición de civil, de ciudadano, de acatamiento a las reglas de conductas dictadas por las autoridades de la ciudad, del país.

Si incorporamos el prefijo privativo “in” (supresión, negación) a la palabra en cuestión, todo su valor moral se desvirtúa, se degrada: desafortunadamente, tal es hoy la condición de no pocos ciudadanos cubanos.

Tales conductas desdicen, en lo profundo de la conciencia, del tributo que se rinde, noche a noche, a quienes, en fronteras nacionales o allende el mar, combaten la Covid-19, con su efusivo golpear de dedos y palmas de las manos, honestamente rendido a los de la “línea roja”, quizás también entrechocados por esos trasgresores farisaicos de la civilidad de muchos cubanos.

¡No todo lo lícito es honesto! Así sentenciaba un aforismo latino contra las malas prácticas consuetudinarias de la época; en la nuestra, muchos conciudadanos confinados en cualquier esquina del archipiélago, todos asediados por bloqueos, subdesarrollo, pandemias e incivilidad, solo la arremetida responsable de la ley podrá salvarnos de enraizadas prácticas sociales que, aparentemente inocuas, se agarran como los curujeyes a las ceibas de los montes, y que, en estos tiempos de agudizada precariedad material y moral, atentan contra la conciencia cívica de los aquí nacidos.

Ojalá podamos parodiar, para nuestro bien, la frase romana acotada, desnuda de su raigambre explotadora, traspolada a nuestra realidad:

¡Soy ciudadano cubano!

¡Que la virtud cívica se funda a la lealtad acrisolada estampada en el escudo espirituano!


[1] Civis romanus sum, locución latina de Soy ciudadano romano, orgulloso título de distinción nacional.

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