jueves, mayo 2El Sonido de la Comunidad

Viaje a la eternidad para nuestro Eusebio Leal

1 Foto Eusebio

Por Redacción Digital

Qué difícil resulta en estos momentos la página en blanco. No hay palabras que puedan llenar el sentimiento de vacío, de tristeza, de conmoción que produjo la noticia en el sentir de los cubanos que lo quieren y lo admiran.

Fueron años de intensa labor, de rescate del patrimonio, de devolver a los que nacimos en la Isla parte de nuestra identidad. Nunca imaginamos cuánto esfuerzo hay detrás de cada empeño, cuántos años de sacrificio, de incesante batallar. A eso dedicó su vida Eusebio Leal Spengler.

Su desaparición física nos duele, nos ha consternado. Siempre pensamos que él sería un hombre inmortal, un hombre que siempre estaría ahí no solo para preservar La Habana Vieja o todo el patrimonio cubano, que él tanto amó. Pero una vez más la muerte nos ha jugado una mala pasada.

«Somos partícipes de los grandes desafíos y de los grandes momentos», expresó en cierta ocasión este gran hombre. Él no solo fue partícipe: él fue testigo, hacedor de ideas, de sueños, de realidades, él batalló contra molinos de viento, pero logrando hechos. Él simplemente fue un Quijote de nuestro tiempo.

Héroe del Trabajo de la República de Cuba, un cubano que ha merecido innumerables premios, condecoraciones y doctorados Honoris Causa, Leal ha sido, gracias a su «gestión de gladiador», el descubridor y redescubridor, cada día y durante años, de su Habana, nuestra Habana. Desde muy joven soñaba ya con la restauración, algo que logró con creces. Tuvo la fortuna de tener como maestro y guía a Emilio Roig de ­Leuchsenring, primer historiador de la Ciudad de La Habana. De él bebió su savia, su amor a la capital, hasta el punto de haber expresado: «Sin Emilio Roig no existiría Eusebio Leal».

En todo lo que hizo Leal, en todo lo que defendió tampoco podemos olvidar su visión patriótica y martiana –«esa unión dulcísima y consoladora de amor y esperanza para la patria» –, gracias a la cual realizó transformaciones indiscutiblemente valiosas para el país.

Hoy nadie vendrá a decirnos que es mentira. Que estás mejor, y que regresas. Hoy es cierto el «manotazo duro», «el golpe helado», y a nadie hay que invitarlo a enaltecerte. Tú, que a nada grande aspiraste, sino a servir; que no te sedujo la gloria, sino exaltar lo glorificable, eres hoy en cada cubano una palabra que se dice con recato, un símbolo de integridad.

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