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Ramón Aguirre Morales: el señor de los arcos

En un taller de dos días, el maestro mexicano de bóvedas y arcos entrega conocimientos y claves a estudiantes de la Escuela de Oficios de Restauración de Trinidad

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Si tomaran sus méritos y los extendieran sobre el suelo, superarían con creces su corta estatura: director del Instituto de Bóvedas Mexicanas y Tecnologías Regionales (Ibomex), asesor del Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (PNUD), miembro de la Red Iberoamericana Proterra… Es autor del libro Bóvedas mexicanas de adobe y ladrillo y compilador de BIOconstrucción en el mundo, detalles constructivos.

Ha impartido talleres, cursos y conferencias en Argentina, Brasil, Colombia, Cuba, Costa Rica, Chile, España, Ecuador, Francia, Estados Unidos, Guatemala, México, Paraguay, Portugal, Perú, Uruguay, Venezuela, etc. Así de vastos son su candor y su obra porque, a pesar de todo, accede a la primera entrevista de personalidad en su vida con la humildad como estandarte.

“Hablar de uno mismo, admito, se vuelve muy complejo y no es lo mío. Se me hace muy soberbio, muy vanidoso. No me atrevería a decir otra cosa”.

Ramón Aguirre Morales o Ramo, como de manera cariñosa se refieren a él muchos compañeros y amigos, no nació en esta tierra, pero profesa hacia ella el amor de los poetas. Vio crecer su vínculo con Cuba en el momento posiblemente más áspero que ha atravesado la isla. “Llegué por primera vez en 1992, cuando el período especial arreciaba con más fuerza. ¿Qué sabía yo de trabajos? En aquellos tiempos aún era un estudiante”.

Este arquitecto mexicano egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) relata cómo la necesidad puede comprometer los valores más genuinos y humanos de la sociedad que tanto admira. Sin embargo, también declara que no fue la impresión general porque a su Cuba le sobraron artificios desde siempre para asirle a un turista el corazón.

“Conocí las escuelas de arte y la arquitectura cubana que solo había visto en libros y quedé fascinado por la belleza del país. De esta forma, lo que inicialmente fue una visita planificada se transformó en un recorrido para mi propia diversión. Desde aquel día he visitado Cuba casi en una decena de ocasiones, la mayor parte de ellas como instructor de bóvedas, aunque buscando siempre una vía que canalice mis ganas de retornar aquí”.

Las cúpulas nos desafían desde dondequiera que se les mire, así comienza su libro Bóvedas mexicanas

“Las bóvedas y yo nos tropezamos casi de casualidad. Un día entraba yo a la UNAM y vi que ejecutaban una. Hay que ver qué cosa es una bóveda de estas. Yo estaba fascinado por cómo la armaban en el aire sin cemento, solo con ladrillo y tierra mojada y la estructura no se caía. Le pregunté a mi profesor cuándo haríamos una: ‘No, eso es muy artesanal’, me dijo y me ordenó ir a algún pueblito y aprender a levantar una. Así comenzó mi viaje.

“En segundo año de la carrera hice una obra para un primo y le transmití mis emociones de crear uno de estos sistemas constructivos. Como tampoco conocíamos mucho, decidimos irnos a recorrer el centro del país, vimos una ejecución y el fascinado esa vez fue él: ‘La quiero, lo que cueste’. Así comenzó mi obra”.

Hubo una época en la que el 50 por ciento de la población mundial vivió en inmuebles hechos con tierra. Estas pequeñas habitaciones de barro guardan tanta o más historia que los grandes edificios del mundo. Casas de adobe, embarrado, bóvedas, arcos fueron Palacio Nacional, cuarto de guerra, han contenido mesas de negociaciones y, en el país mexicano, por ejemplo, han hecho las veces de hospital y cocina para las tropas de las revoluciones de antaño.

“Nuestra visión artesanal de la construcción contempla los materiales propios de la región como el mejor edificador posible: la naturaleza es sabia. Además, antes no existía forma para trasladar nada pesado por centenares de kilómetros. Apenas sí podías mover la madera de lugar, la palma, las rocas. Por ello la mejor estrategia es construir con todo lo que tenemos a nuestro alcance en la geografía en cuestión”.

Muchos consideran que pensar en el barro es un símbolo de retraso, decadencia y pobreza.

“Creo que hoy en el mundo se dan sinergias que crean conciencia alrededor del tema. Apenas estamos descubriendo que podemos vivir sin los materiales combustibles: el acero, el concreto, las panaceas constructivas. El patrimonio de la identidad es lo que pretendemos rescatar. Conocemos edificaciones de siglos, preciosas, que se mantienen en pie y fueron erigidas sin usar ninguno de estos mal llamados materiales del futuro. No dependes de las industrias, las importaciones y, por supuesto, evitas a toda costa la contaminación.

“En este juego entran también los intereses de las grandes empresas: si vas a hacer una placa, te venden todo lo necesario. Si por alguna razón no funciona, pues métele más de mi material. ¿Sigue sin funcionar? ¡Añade más!

“Ocurre como las grandes farmacéuticas: yo, médico, compro 20 muestras de Paracetamol. Usted, paciente, más que un examen para acabar su dolencia de raíz recibirá un bello paliativo para calmar el dolor, solo que la dosis aumentará en la medida en que su dolencia lo haga. Esa manera de vender que vimos tan encarnizada durante la pandemia y que Johnson, Moderna, Pfizer y otras grandes farmacéuticas protagonizaron es exactamente la misma a la que me refiero cuando hablo de la esfera de la construcción”.

¿Qué lo trae de vuelta a Cuba?

“Hace poco tuve la oportunidad de trabajar una vez más con la Escuela de Oficios de Restauración Fernando Aguado y Rico y la Oficina del Conservador de la ciudad. Esta vez regreso por dos razones. La primera es porque quiero que los estudiantes de esta institución aprendan cómo trabaja un arco bajo presión y qué deben hacer para lograr la adherencia nada más con tierra. Deseo entregarles conocimientos con los que puedan edificar y restaurar las viviendas y sus techos.

“El segundo de estos motivos es la presentación del concurso internacional Oscar Hagerman, en honor al ícono mexicano, también arquitecto de profesión y mundialmente famoso por el papel de primer orden que poseen las culturas nativas en sus diseños.

“Esta cuarta edición es casi un anticoncurso. Buscamos arquitectos que estén fuera de los aparadores, pero que hayan aportado a la comunidad con la llamada arquitectura funcional: viviendas que soporten temblores, huracanes, todo lo más ecológico y de la mejor calidad posibles. La entrega será en septiembre, planeamos que el fallo sea en noviembre, en Colombia, y a mediados de enero tendríamos la premiación y exposición de los proyectos en Trinidad”.

A sus 54 años de edad, el maestro bovedero confiesa su preocupación por preservar tradiciones que permanecieron guardadas como secretos del oficio en el alma de sus pueblos y que no han desaparecido del saber popular por la obra de aquellos que decidieron enfrentarse al mundo moderno. Si todavía existen, diría, es casi por maquinación divina porque las construcciones de ladrillos no pueden erigirse solas.

Este señor, tan bondadoso y humilde como los materiales que le acompañan, piensa que su función en el mundo es la de ser un ayudador: “Soy el que brinda su mano. Para mí, lo más es lo que hago por otros y cómo me recordarán”.

Ante la pregunta obvia, responde: “Pienso que soy muy chiquito y no solo de tamaño (sonríe); soy solo un eslabón de esta gran cadena que es la humanidad. Aspiro a que quienes me sucedan me encuentren en los conocimientos que compartí. Sé que lo harán cuando coloquen ladrillos, levanten una bóveda, un arco o apliquen cualquier pedazo de conocimiento que legué por nimio que sea. Y seré feliz, sí señor, porque si algo me hace realmente feliz es enseñar”.

Ramón esboza la sonrisa del maestro complacido: “Vivo para despertar la sed y la inquietud de mis estudiantes y lograr así, por todos los medios, que cada uno brille con luz propia”.

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